martes, 14 de agosto de 2007
Agua. Y más agua. Cayendo sobre mi, obligándome a despertar. Tiemblo, y después, ya ni siquiera noto el frío, sólo el leve sonido de las gotas sobre el tejado que me trae recuerdo a niñez. Sí, el sonido se hace más fuerte y el recuerdo también, viene acompañado de ruido de puertas que se cierran, voz de abuela y olor a pasto mojado. Y después, vuelvo a mi, y recuerdo porque estaba aquí pensando todo esto. Recuerdo un nombre, lo mantengo unos instantes en mi paladar, hasta decirlo con un hilo de voz para que este en el aire y también se moje. Ahora querría gritarlo junto con un deseo ahogado y preguntas sin responder, que se las lleve el agua, la pregunta, la respuesta y tu nombre también. Me veo enfrente, en una vidriera, mi reflejo mojado, buscando quién sabe que. ¿Yo lo sé? Sí, a veces lo pongo en palabras, construcciones muy exactas y bien formuladas, redacciones precisas. Y otras veces las palabras se desvanecen y la búsqueda no importa, se esfuma en el presente, en este segundo más fuerte, más intenso, porque es el que vivo, y aquel impulso repentino es más real que hipótesis de mañana. Ahí es cuando no quiero pensar tanto y todo es menos importante y a la vez todo más intenso. Minutos que se van con el viento, también los moja el agua... y se los lleva, los arrastra.
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