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martes, 29 de abril de 2008


Pensaba…
en como cambia todo de un año a otro;
en si aunque sea hiper levemente te extraño, en si querría verte, en si haría algo por verte… y sean cuales sean esas respuestas no tengo un impulso demasiado fuerte de hacer nada con lo cuál me quedo sentada y resumo que exactamente “ganas” no tengo -podría ser nostalgia de verte, curiosidad de verte, no sé, alguna otra cosa indefinida entre un sí y un no a una pregunta que él no me haría-;
pensé en el tío de mi viejo sin mitad de un brazo que se suicido un 24 de diciembre, pensaba en los diciembres, en los caballos y los campos y las piedritas que después uno mueve en la casita ultra chiquita de el susodicho tío cuando éste ya difunto;
también en que tan celosa puedo ser –mucho-;
en lo susceptible –mucho también- y ciclotímica…;
pensaba en como algo muy bueno puede ser de pronto muy malo o viceversa, o en como algunas otras cosas nunca cambian… en los colectivos que siempre tardan, en la falta de monedas y en que bien actúan algunas de las novelas –no quiero saber si es que en realidad no lloran, no me lo digas!-, la otra vez pensaba que era que le había pedido a papanoel a los seis años, en porque nunca aprendí a patinar, en si mis miedos son los de mis viejos metidos en mi con sutileza –o no tanta-, y en que nunca se sabe si un grano de arena para alguno es un desierto.



Algún día voy a escribir la “autobiografía bajo mi almohada” subtítulo “lo que nunca te conté” hoy escribí un renglón introductorio y ya me tuve que ir, lo retomaré en dos años, (casi dos años antes escribí otros tres renglones). Perdón, no sé no tener algo que se parezca a un diario íntimo (escrito o no).


Cada vez que llora o ríe se desangra de modo que creo que perderá el conocimiento, creo que estallará en un paro cardíaco o algo parecido, pero no, luego cesa y todo sigue exactamente igual.






Camino. Me pierdo. Encuentro el regreso. Camino. Corro. Retrocedo. Me enojo y te perdono mil veces más. Te olvido. Suspiro (veinte veces). Me vuelvo a enamorar perdidamente. Admito quererte. Digo olvidarte y no te olvido. Digo quererte y no te quiero, me enamoro de otro secretamente. Sudo. Miento. Escribo. Despierto. Como. Cago. Limpio. Vomito sin jamás haber comido. Como y no digiero. Escupo. Lastimo. Chupo sangre. Duermo. Te sueño. Me despierto sin admitir soñarte. Admito soñarte y es mentira, lo imaginé despierta. Camino imaginándote y me choco con alguien. Abrazo. Saludo. Digo cincuenta adioses. Veinticinco “holas” por compromiso. Quince veces quise dar abrazos que no di. Me quise escapar y no pude. Quise volar y no supe despegar del suelo los pies. Me emborraché. Se me partió la cabeza en quichicientos pedazos. Tomé cincuenta aspirinas, veinte ibuprofenos, ningún anticonceptivo. Espere innumerables colectivos, ninguno vino. Toqué timbres. Cerré puertas. Abrí ventanas. Cambié sábanas, hojas en la maquina de escribir y formas de decir “te quiero”. Violé preconceptos. Rompí esquemas. Inventé otros nuevos. Saqué fotocopias, comí caramelos, tomé unos cuántos litros más de café, me destrocé el hígado. Te inventé apodos. Escuché canciones que escuchabas, leí libros que leías. Perdí los libros –se me mojaron un día bajo la lluvia-, me olvidé la melodía de todas las canciones. Te busqué. Busqué perderte. Escribí algo en tu esquina. Se borró. Me mordí la lengua. Me abstuve otra pregunta. Me confundí. Me mareé. Roté insistentemente los “sí” y los “no” durante días al preguntarme si valías la pena. No decidí nada. Formulé otra tanda de preguntas sin respuesta. Amontoné más cantidad de hipótesis falsas. Escuché opiniones varias y contrariadas. Escuché opiniones acerca de no hacer caso a opiniones de ciertas personas y así infinitamente recíprocamente. Ignoré todas, las unas y las otras. Rescaté alguna. Guardé más boletos de colectivo en los bolsillos. Escribí más boletos de colectivos. Me enamoré en diversos medios de transporte de diversas personas. Miré unas manos el ochenta por ciento del viaje de ayer por el reflejo de la ventanilla. Miré de reojo que leía el de al lado varias veces más. Subí escaleras. Me decepcioné. Frustré. Reí a carcajadas hasta ponerme roja. Me caí. Putié en varios idiomas. Dije “mañana” hiper convencida de que era cierto. Llegó “mañana” y lo volví a decir, y así sucesivamente… Puse puntos suspensivos varios. Paréntesis. Comas. Adiviné palabras. No jugué a la quiniela. No planté ninguna semilla. No salvé a ningún gato de la calle dándole hogar en el mío. No entendí que era la palabra hogar. Insisto en relacionar el susodicho término con una canción de Chiquititas. Insisto en querer siempre lo que no tengo. Insisto en un autoestima zigzagueante, en planear planes de verte, en no hacerlos, en olvidarte y en que tengamos un hijo. Insisto en confundirme, en desenamorarme, en pensar “fulano vale mil veces más que vos”, en enamorarme de fulano, en decirme “no debo” a los cinco minutos, en decirle alguna insensatez sobre el clima a fulano y en irme a dormir –sabiendo que nunca puedo-. Y a vos te importa un carajo! Junto con mi lista de susceptibilidades, de quejas, mi código postal y tipo de sangre. Y yo más que quererte a vos quiero un pote de dulce de leche comiéndolo sola egoístamente mientras veo una película y empalago mi paladar forzosamente.





quiero ver su graciosa figurita moviendo los pies, los pies, los pies!




Amanece bailando. Mirada crepuscular en el ojo de la tormenta. Siempre danzan los abismos de tus labios.

Él mira sus pies desnudos examinándolos detenidamente mientras ella hurga en su ropa. Él pronto estruja otra excusa irracional contra el suelo con la planta del pie. Estallan los motivos, las causas primeras, el apasionamiento del mismo modo que las copas de cristal contra las paredes, caen por ellas gotas de vino tinto como sangre, todo cae, todo decanta y la fuerza de gravedad con su amplia presencia resiste el impulso de quebrantarse una vez más. Ella rompe sus abrazos todos y prepara un huevo frito en la sartén.


Doña Rosa prepara un postre con todos sus amantes. Revuelve bien. Los dedos gordos de Horacio, retazos de piel de Gerardo, un ojo machacado de Vicente y otras partes varias de Ignacio, Fernando y Walter respectivamente. Prepara simultáneamente su libro de recetas con todo lo que no se le debe decir a una mujer y todo lo que no se le debe hacer.
Doña Rosa en la cocina con su delantal floreado. Le salta un poco de sangra a la cara, se la limpia con el repasador a rayas. Doña Rosa tarareando las olas y el viento sucundum sucundum. Doña Rosa mirando de reojo el reloj para no perderse la novela de la tarde. El postre al horno y después a la heladera en un taper de tapa roja.



han sido tiempos caoticos o tal vez locos...

pon las penas de un lado y las alegrias del otro, el chiste es equilibrar.


saludos^^  


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